El cuerpo es una fábrica bioquímica
Cuando nos movemos, nuestros músculos no solo generan fuerza: también liberan sustancias químicas que actúan como señales para todo el cuerpo. Estas sustancias se llaman miocinas, y podríamos decir que son “mensajes químicos” que los músculos envían al resto del organismo para influir en su funcionamiento, y, en muchos casos, mejorarlo. Al contrario de lo que se cree, no hace falta entrenar muy duro para activarlas: basta con moverse varias veces al día.
De hecho, se han identificado más de 600 miocinas con efectos reguladores en órganos como el hígado, el tejido adiposo, el sistema cardiovascular, el páncreas o incluso la piel, lo que convierte al músculo en un verdadero regulador sistémico del organismo
¿Qué son las miocinas?
Cuando nos movemos, especialmente al contraer los músculos, estos actúan como glándulas que liberan a la sangre una serie de sustancias llamadas miocinas. Estas moléculas, descubiertas en las últimas décadas, son señalizadores químicos que influyen en órganos tan diversos como el cerebro, el corazón o incluso el tejido graso. Por eso se las conoce como moléculas del movimiento. Una de las más estudiadas es la IL-6, que, a diferencia de su versión proinflamatoria en enfermedades, cumple un papel antiinflamatorio cuando se libera tras el ejercicio, ayudando a equilibrar el sistema inmune y a reducir la inflamación crónica. Estas moléculas también pueden mejorar la sensibilidad a la insulina, regular el apetito, proteger contra ciertos tipos de cáncer y modular el estado de ánimo. Además, algunas de ellas como la IL‑15 y el IGF‑1 tienen efectos particularmente relevantes sobre el metabolismo en personas con sobrepeso u obesidad, y se ha observado que la combinación de ejercicio aeróbico con ejercicios de fuerza puede optimizar su liberación
Por lo que no son simples productos secundarios del ejercicio: son agentes transformadores de nuestro cuerpo que actúan desde dentro, con efectos sistémicos que explican por qué el movimiento regular mejora la salud física, mental y metabólica. Y lo mejor es que se activan incluso con actividades suaves o de corta duración, como caminar, subir escaleras o hacer una pausa activa en el trabajo.
Efectos del ejercicio en el corazón, en el cerebro y en el sistema inmune
El movimiento estimula la producción de óxido nítrico, una molécula clave para la salud cardiovascular. Este compuesto favorece la dilatación de los vasos sanguíneos, lo que permite un mejor flujo sanguíneo y reduce la presión arterial. Con el tiempo, esta mejora en la circulación protege frente a enfermedades como el infarto de miocardio o el ictus. Además, el ejercicio contribuye a regular los niveles de colesterol y glucosa en sangre, ayudando a mantener una salud metabólica más estable.
En el cerebro, al ejercitarnos, aumentan los niveles de neurotransmisores como la dopamina, la serotonina o la noradrenalina, que mejoran la atención, el ánimo y la capacidad de concentración. Pero, además, se libera una proteína llamada factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF), que favorece la creación de nuevas conexiones neuronales y protege contra el deterioro cognitivo. Por eso, el ejercicio se asocia con menor riesgo de desarrollar enfermedades como el Alzheimer o el Parkinson, y se recomienda incluso como estrategia preventiva en personas con antecedentes familiares. El ejercicio también mejora la autorregulación emocional y reduce los síntomas de ansiedad, estrés y depresión, incluso en personas sin diagnóstico clínico. Estudios recientes han señalado que la práctica regular de ejercicio (incluidas las pausas activas o el deporte recreativo en el entorno laboral) puede tener un efecto protector frente al desgaste profesional y mejorar el bienestar psicológico general.
El sistema inmunitario también se beneficia. La activación muscular mediante ejercicio regular modula la respuesta inflamatoria del organismo, haciéndola más eficiente y menos dañina. Esta regulación contribuye a un entorno biológico menos propenso a enfermedades crónicas asociadas a inflamación persistente, como la diabetes tipo 2 o algunos tipos de cáncer. Además, las pausas activas en el entorno laboral (aunque sean breves) pueden mejorar la respuesta inmunitaria frente al estrés, las infecciones o el cansancio acumulado. En pocas palabras: moverse con regularidad ayuda al cuerpo a defenderse mejor.
¿Y qué puedes hacer en el trabajo?
Imagina que estás en tu lugar de trabajo y decides moverte: con unas pocas sentadillas, algo de movilidad de hombros o un par de respiraciones profundas, estás poniendo en marcha una reacción bioquímica real. No hace falta ningún equipamiento especial: con tus propios músculos estás liberando miocinas, endorfinas y dopamina, sustancias que actúan en todo el cuerpo modulando la inflamación, el dolor y el nivel de atención. Podríamos decir que, en ese momento, estás fabricando un medicamento interno y personalizado, adaptado a tus propias necesidades fisiológicas. Un fármaco natural, sin efectos secundarios, que tu cuerpo sabe producir… siempre que le des el estímulo adecuado.
¿Lo más interesante? Que los efectos se notan (si se realiza con regularidad): disminución del dolor de espalda, mayor claridad mental, menos bostezos. Un pequeño gesto, científicamente respaldado, que convierte cada pausa activa en una oportunidad para mejorar tu salud… durante tu jornada laboral.
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Bibliografía
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